Se cuentan por millones las momias de animales que han llegado hasta nosotros procedentes del mundo faraónico. Ofrendas votivas, encarnaciones de dioses, simples alimentos y hasta mascotas, ...
Historia:
Recientemente se ha inaugurado en el Museo Egipcio de El Cairo la nueva sala de momias de animales. Después de casi una década de trabajo, con los esfuerzos de los investigadores y las donaciones económicas de instituciones y particulares, la sala 53 del museo muestra hoy un aspecto brillante haciendo gala de un proyecto que pedía hacerse un hueco
en el panorama internacional desde hace décadas. De esta forma, el cartel que hasta hace poco tiempo colgaba de la entrada de la sala en el que un simpático cocodrilo decía al visitante “por favor, disculpe nuestra apariencia”, se ha retirado dando paso a uno de los lugares más modernos de todo el centenario Museo Egipcio de El Cairo.
Puede llamar la atención pero entre los restos que nos ha legado la civilización faraónica, contamos con millones de estas momias de animales. Los hallazgos son de lo más variopinto, algo que no podía ser de otra manera en vista del prolífico panteón animal de los antiguos egipcios.
Entre la fauna que ha llegado hasta nosotros, bien en piezas enteras o en partes, podemos hablar de toros, carneros, cabras, halcones, lechuzas, hipopótamos, ranas, anguilas, gacelas, lobos, cocodrilos, serpientes, gatos, linces, murciélagos, percas y otros peces, ovejas, antílopes, mandriles, ratas, leones, conejos, ibis, águilas, cuervos, palomas, escarabajos, zorros, escorpiones, caballos, osos, lagartijas, nutrias, gavilanes, milanos, pájaros cantores, musarañas, cigüeñas, gacelas, golondrinas, comadrejas, erizos, gansos y hasta elefantes.
Esta abrumadora presencia animal se debe a la propia naturaleza de la cultura egipcia. Los primeros testimonios de divinidades humanas con cabeza de animal nos llegan de la dinastía II (2800 a. C.), momento en el que al parecer comienza a separarse el concepto de divinidad de lo que antaño era el simple hecho de adorar al animal como una manifestación de una fuerza natural incontrolada por el Hombre. Solamente, en casos muy concretos sigue perdurando la imagen del animal sobre la del hombre, intercambiándose los extremos. Esto ocurre, por ejemplo, con la Esfinge representada como un león con cabeza humana o en el caso de algunas imágenes de la diosa Selkis, en la que una cabeza de mujer reposa sobre un cuerpo de escorpión.
Una forma de perpetuar esa naturaleza divina de los animales era la momificación. Cada una de las diferentes momias de animales que han llegado hasta nosotros contaba con una función especial; una función que venía definida por la propia naturaleza de la momia ya que no todas tenían el mismo significado ni origen.
Métodos de momificación
Al igual que sucede con los diferentes sistemas de momificación empleados con los humanos, con los animales los métodos de embalsamamiento variaban según fuera la finalidad o el tipo de momia que se quisiera buscar. Por ejemplo, el mencionado perro de Davies fue eviscerado y desecado con natrón para luego ser vendado cuidadosamente, siguiendo así un proceso muy similar al empleado con los seres humanos de alto rango. Sin embargo, por norma general el proceso era mucho más rápido y sencillo.
En el caso de las momias votivas, las que se entregaban como exvotos de una divinidad concreta, la muerte del animal se provocaba rompiéndole el cuello, ahogándolo, estrangulándolo, o mediante un fuerte golpe en la cabeza. Seguidamente se vendaban sin más o se les sumergía en una solución resinosa especial fabricada a tal efecto. Luego se vendaba y se llevaba al puesto de venta de estas reliquias para que fueran adquiridas por un peregrino y depositadas en el templo como ofrenda.
El perro de Davies
Este perro que tiene más de 0,97 centímetros de altura y 56 de longitud, fue descubierto por el magnate americano dedicado a la arqueología, Theodore Davies, en una tumba pozo (KV50) no lejos de la entrada al sepulcro de Amenofis II en el Valle de los Reyes. Allí apareció junto a otras momias de animales como monos y patos. El propio Davies relata el sorprendente hallazgo de la momia en el mencionado pozo de la manera que sigue: “Descendí por el pozo y entré en la cámara, la cual reveló una temperatura extremadamente alta y un techo demasiado bajo. Me asusté cuando vi cerca de mí un perro amarillo de tamaño natural levantado sobre sus patas, con su corta cola ondulada detrás y sus ojos abiertos. A pocos centímetros enfrente de él había un mono sentado, en perfectas condiciones; durante un momento pensé que estaban vivos, pero en seguida observé que habían sido momificados y que los antiguos saqueadores los habían despojado de sus vendajes. Evidentemente habían sentado al mono sobre un fragmento de su sarcófago de madera y habían colocado al perro frente a él, casi tocándose con los hocicos. Creo que los ladrones los colocaron de esta manera para divertirse. O sea que podríamos decir que debe de ser una broma de hace 3.000 años”. En la misma sala 53 del Museo Egipcio de El Cairo se encuentra la momia del inocente monito que durante más de treinta siglos sirvió de objeto de broma al tenebroso paso del tiempo en la oscuridad de una tumba tebana.
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